Otro día, ella despierta de su sueño para regresar a su pesadilla constante. Los rayos del sol comienzan a asomarse por entre las cortinas, se filtran en su habitación junto con los susurros que le llegan desde la cocina.
No es un día como los otros, a pesar de que para ella es un día como cualquier otro. Es un día en el que el dolor llega con más intensidad, un día que golpea con mayor fuerza. Un día que esos recuerdos dan un golpe seco y certero, sin ninguna compasión para ese roto corazón. Un día en el que tantos brazos ceñirán su cuerpo.
Hoy le toca recordar algo que nunca olvida, que es madre. Le toca escuchar, ver y sentir toda la euforia del día de las madres. Pero que su corazón llora al sentirse incompleto, aun cuando tiene al resto de sus hijas e hijos, uno le sigue haciendo falta.
Hay lágrimas en sus ojos. Unas lágrimas que se combinan entre la felicidad y el dolor. Unas lágrimas que se desbordan, que quizás nadie entiende el porqué de ese llanto, que inventan atajar esa tristeza poco entendida. O de esa sonrisa que se va desdibujando de ese rostro ahora con huellas de tanto cansancio.
Cientos de mujeres salen hoy a las calles a marchar, a exigir que busquen a sus hijas y a sus hijos, a reencontrarse con otras madres y a encontrar a otras mujeres que se van sumando a la búsqueda. Vemos una marcha que cada año aumenta en tamaño, pero no por la solidaridad sino por las víctimas que se suman.
¿Cuántos brazos más tendrán que ceñirse sobre ese cuerpo cansado hasta que sean los brazos de su hijo los que la conforten? Pues ninguno de esos brazos han logrado esa tranquilidad tan anhelada. Las palabras hoy son un sonido en el ambiente.
Y esas mujeres que hoy se encuentran marchando, exigiendo y conmemorando ser madres, también se encuentran la ausencia de esas otras madres que no están presentes, a esas a las que la vida se les escapó de su cuerpo porque han muerto sin encontrar a sus hijos o a sus hijas.
Y es en medio de flores, abrazos, de grandes comidas y la cercanía de quienes le quieren se va pasando este día que le hace cuestionar, que la confronta con la realidad y que le hace más presente la ausencia.
Es con ese dolor interminable que el día concluye. Las lágrimas inundan sus ojos y se pierden en las sombras de la penumbra de esa noche fría. Ahora unas lágrimas cargadas de dolor, un llanto tan silencioso que se pierde en la negrura de su vida fracturada. Sus ojos se cierran de nuevo esperando despertar en otra realidad esperando no repetir una y otra vez el tormento de estar consciente de la desaparición de su hijo.